jueves, 25 de abril de 2013

La tauromaquia como arte





Pese a que suele objetarse que el aficionado a los toros es una falla del proyecto humano, y por ello embrutecida, en realidad en el taurino purista puede encontrarse una sabiduría perdida: la capacidad para descomponer imágenes en tiempo real, esto es, cierta educación visual, que se manifiesta en la captación vivencial de lo que sucede en la danza entre toro y torero .

La capacidad para lograr coincidir la conceptualización y la sensualización del fenómeno, si me apuran. Lo pretensioso de la formulación no es tal, en realidad en un añejo aficionado que no obstante nunca se haya pasado por el Tate ni sepa quién es Yves Klein, Lucien Freud o Anselm Kiefer, se puede sin embargo observar la misma educación visual que el avezado en arte, por cuanto lleva décadas sometido al mismo ejercicio de contemplación de algo que nunca es igual a sí mismo: la lidia del toro.

El aficionado de verdad concede instantáneamente la valía a un muletazo que reúna en menos de dos segundos las mismas capacidades estéticas que tendremos como referencias visuales: sitio, terreno, colocación; expresión corporal resumida en: brazo extendido y no codilleado, medio pecho ofrecido y no la punta de la cadera, posición de la figura, lo que se llama meter riñones y compromete cintura, pecho y barbilla; posición de la cargazón de la suerte, sea con pierna de salida adelantada o a pies juntos pero en jurisdicción del pitón contrario del toro; posición de la mano en el cáncamo de la muleta, prefiriendo que esté en el centro; disposición de la muleta ofrecida, prefiriendo la panza o centro al pico o extremo alejado del cuerpo; vaciamiento de la embestida mediante el muñecazo o movimiento de la muñeca que gira para dar salida al toro sin levantar la mano, según si se remata para afuera o en la pala del pitón contrario en la cadera o atrás del torero; altura de la mano, prefiriéndose el toreo por abajo, la mano debajo de la cintura; posición referencial de la punta de las zapatillas con respecto a la punta de los pitones del toro, y demás geometría que no alcanzamos a resumir, pues son abstracciones, como por ejemplo, la lentitud del temple, o también morales, como la valentía. Si a esto hay que sumarle otra cosa, es el mismo toro: se observa si humilla, esto es, si baja la cabeza al embestir (como en la arquetípica figura de Red Bull o Lamborghini, estéticas publicitarias que devienen de este arquetipo taurino), si mueve las orejas, si iza su rabo, si su tranco viene de las patas traseras (meter riñones), su recorrido, su ritmo, y la posición en la que sale del muletazo su cara, su condición de bravo, los terrenos y alturas que prefiere para embestir…todo esto debe descomponerlo en un muletazo que dura dos segundos.

 A toda esta categoría de cánones visuales, habría que sumarle lo que ocurre en los otros aspectos de la lidia, pues en capa, vara, banderillas y estocadas, incluso en la brega general, también hay códigos estéticos fijos que delimitan cuál es la ortodoxia del buen torear. El aficionado debe saberlos, entenderlos visualmente, reconocerlos y decir olé cuando su cumplimiento es de rigor, para lo que se necesita una ampliación visual que no solo se enfoque en saber si el torero codillea o tiene el brazo recto al dar el muletazo, o retrasa o adelanta la pierna de salida: la ampliación es total y contempla todos los códigos estéticos citados, por lo que el aficionado debe tener una visión general del conjunto que forman cada segundo toro y torero. O mejor, una descomposición general que involucre al mismo tiempo todos los factores.

Por eso reconozco que en un principio solo me fijaba en un aspecto y era la ligazón, mayor atributo del toreo posmoderno. Con todo, al enterarme de la existencia de la noción de la cargazón de la suerte, empecé a fijarme solo en dónde ponía el torero su pierna de salida, descuidando la ligazón. Bastó tiempo de teórica y miles de corridas en video, para lograr descomponer todas las variantes al mismo tiempo, de manera general y simultánea. Solo por ello, es explicable que esta añeja y culta afición de Madrid le grite olé a un muletazo y a otro no. En ellos se explicita esta clase de sabiduría visual, sirva de ejemplo esta faena de Talavante, de Puerta Grande, y ante un bravo Ventorillo:




A todo este juego de disposiciones visuales sería necesario sumarle la dimensión dramática del toreo, pues la muerte es ofrecida sin aspavientos de la manera en que la muerte se manifiesta en el mundo: como amenaza latente, como hecho de trasgresión, como aspecto formal de un cuerpo, y como fondo simbólico, esto es: en el hecho de torear un animal mortal que puede matar al torero, en el hecho de matarlo, en el hecho de la apoteosis de su cadáver en la vuelta al ruedo donde se le rinden honores y se le presenta como dios muerto, y como gran fondo del ritual sacrificial, respectivamente.

Por eso, puede que el toreo no sea incluido en el programa general de las artes, hecho que quizá obedezca a su carácter de fenómeno cultural minoritario, cada vez más desconocido por los extranjeros a esta cultura. Sin embargo, la calidad de arte del toreo es insoslayable, y como tal, hay toreo de arte malo y falso, y hay toreo puro de arte. Todo este programa estético independiente, que cuenta con su lenguaje institucional arriba apenas vislumbrado, solo espera del feligrés taurino una cosa: que lo aprenda. No por otro motivo, se me hizo repulsiva la estúpida perorata de Paco Mora donde fustigaba a quienes ven corridas en pueblos; entonces yo citaba a Cenicientos, un emblemático municipio español donde la afición torista es tan grave como en otras pequeñas poblaciones del toro, como Céret, Azpeitia o Parentis, donde lo que pudiéramos llamar “campesinos de la aldea posmoderna”, están marginados de los grandes polos de la cultura y el saber, y sin embargo tienen una educación visual impresionante.

Como dato anecdótico, un viejo reacio que apenas contó con educación primaria, y gran aficionado de Cenicientos, bajo mi recomendación vio El año pasado en Marienbad de Resnais, y encontró al film como “excelente”. Este hecho del gusto solo pudo ser posible por una educación visual que lo hiciera entendible, y por tanto apreciable. Lejos de ser una reivindicación de las clases populares y campesinas, este hecho apunta a entender que el aficionado a los toros desarrolla una capacidad que solo desarrolla el arte por ser arte.

El toreo es arte al ser la creación de un lenguaje estético que precisó de plástica, producción capaz de suscitar emociones. Lo general de esta definición, debe ser reforzado con lo que acabo de exponer sobre el programa estético del toreo. ¿Y a qué vienen estas disquisiciones de reventador amargado? Resulta que me topé con la siguiente imagen, cuya ridiculez es la negación de todo lo enunciado. En ella interviene El Juli, así que en honor al crítico juicioso que soy, me permito mostrar un buen muletazo de El Juli y acto seguido la imagen ridícula donde 3 diestros torean al mismo tiempo una vaca de Domecq. Lo que molesta pues de tal irrespeto a una res brava (de convertirla en una entretención futil) es el resultado estético: las posturas de Power Rangers de Perera y Tejela, los otros dos toreros, son un monumento en contra de la postura natural al torear: el toreo persigue la naturalidad como expresión en medio de una guerra, pero estos prohombres la cambian por la postura forzada y ridícula. Baste acusar que si la nota de prensa se llamó “Para hacerlo más difícil”, hay que sugerirle a estos amos de la dificultad, que si quieren probarse en este mundo hostil de la complicación extrema como una virtud, se permitan el reto de torear en redondo un Moreno de Silva, hierro de Saltillo puro que tiene la muy sana costumbre de agotar camillas en la enfermería de la plaza, cada vez que lidia en Madrid.


El Juli en la Santamaría de Bogotá: semidefrente, ofreciendo medio pecho, cargando la suerte en la pierna de salida  y abandonando el peso del cuerpo en ella; esto como aspecto destacable del muletazo


Poses y figuritas ridículas que degradan el arte taurino.