martes, 21 de mayo de 2013

En defensa de la encerrona de Talavante



Hay que declarar la intención: yo defiendo la encerrona de Alejandro Talavante en Madrid. Su deprimente fracaso cuenta con un poder demostrativo tal, que puede decirse que es casi una radiografía de la Fiesta. Su triste incapacidad para afrontar un discreto encierro de Victorino, es asustante, pero me interesa el movimiento que ha suscitado. ¿Qué puede decirse de esta rarísima corrida? Todo fue irreal, como la foto que abre esta post: una plaza plomiza, impresión que reforzaban los cárdenos que se negaban a la habitual explosión de bravura que hasta hace algunos años caracterizaba el hierro. Talavante con un raro traje, su rostro pálido, incluso con una luz blanca como en la foto, y su boca puramente roja de pánico, prefigurando el cadáver de los toros que iba a matar mal. Luego, la nulidad absoluta: de la plaza, de los toros, del torero, del toreo, de la lidia. Aquello desde luego no se pareció en nada a una corrida de toros, careció de cualquier significado y emoción, más parecía un ensayo. Talavante parecía un muerto triste.

¿Qué decir? No deja de abofetear un hecho: que una considerada figura del toreo, se deje comer viva por una corrida dura de menor expresión. Y no es la primera vez del año: ya he dicho que Manzanares, con un Victorino más descastado y mal presentado, hizo en Sevilla un ridículo de proporciones manzanaristas; entonces no hablamos de Talavante y su petardo, sino de algo más efectivo, como que las figuras del toreo de la posmodernidad son la farsa. Uno puede imaginarse muertos de miedo y de incompetencia, a este grupo de figurillas ante un encierro encastado de Cuadri que se desvíe medio milímetro de la acometida absolutamente recta. Por ello, y amparado en la oreja que cortó pueblerinamente Perera en este San Isidro, uno está tentado a decir que las figuras del toreo no torean según la expresión más exacta de lo que se ha conocido desde siempre por torear, sino que instrumentan un producto reducido y falso: no hay toreo y no hay toro, pues no hay bravura real, ni desvío y canalización de esta bravura, pues torear es llevar al toro por donde este no quiere ir, o sea, no en línea recta, su viaje natural; estamos ante la muy dudosa capacidad de acompañar la embestida dócil, en línea recta, pues la debilidad de estos toritos no los deja ir rotos en curvas; entonces no es estrictamente torear, es acompañar, y hacerlo con estética y asentamiento; ¿pero esto puede considerarse como toreo en alguna otra época de nuestra historia, o como pegapasimo más bien? ¿Por qué todo se descuaderna, en cuanto salga un toro auténticamente bravo, e incluso con la mitad de un bravo, ante lo visto en Sevilla y Madrid? ¿Qué clase de tauromaquia es esta?

Entonces uno se remite a la célebre conferencia del maestro Domingo Ortega. Con una humildad no exenta de autoridad, el maestro explica qué es torear, y lo hace hablando sobre la bravura del toro en el 70% de la conferencia. Entonces saber qué es torear debe pasar con necesidad por el toro, y por el arreglo que se tenga para negarlo como entidad sagrada: si va recto, romperlo en curvas cargando la suerte y obligando al animal por ahí. Si galopa por bravo, ralentizar su embestida en la operación de templarlo. Si su naturalidad implica la querencia, torearlo en los medios, donde irá con más bravura al verse sin el cobijo de las tablas. Si su bravura es una furiosa demostración de la vida, matarlo ritualmente, pues el toreo es esto.  Pero antes de estas operaciones, que el maestro basa en dos principios (cargar uno, y templar, el segundo) se debe saber reconocer dónde hay bravura y dónde no. De ahí que no tan inexplicablemente, en esta conferencia el maestro vuelva constantemente sobre la necesidad de introducir el indulto en las plazas españolas de los años 60`s, como medida efectiva para garantizar la bravura en las ganaderías. ¿Uno de los toreros más puros de la historia, abogando por el indulto en Madrid?


Una nota de Salmonetes; algunos críticos inventaron que un inexistente hermano de El Cid picó para Talavante. La verdad es que la lidia, comprendida como la brega del toro en los 3 tercios, fue durante la encerrona menos que estudiantil y miserable, lo que influyó en toros plomizos para la muleta, y si al frente le ponen un torero que está como zombie, ya que no sabe qué hacer con lo que le sale al frente, tan fuera del libreto AL SER MEDIANAMENTE BRAVO

Todo este rodeo viene a un juego matemático: una figura con medio toro realmente bravo, es igual a cero (o). Una figura, con un toro sin tercio de varas, sin toreo en redondo, sin sometimiento, sin muletazos rematados en la pala del pitón contrario, y con un toreo de descargue de suerte, perfilismo y trayectorias lineales estando el torero fuera de cacho y sin bragueta, quizá pueda cortar las dos orejas, lo que es igual a 1, pero bajo un sistema donde un 1 en las figuras, no es igual a un 1 con corridas duras. Me explico la estupidez que estoy diciendo: desde luego que si le creemos al maestro Ortega, torear pasa por el toro, y el 1 del toro bravo es más valioso que el 1 reducido del toroburra. Si una figura no puede demostrar que posee ambos, que le puede a ambos toros, está por debajo de la historia, no es figura.

La encerrona de Talavante es importante porque evidencia que la radical separación entre ambas concepciones taurinas, se está tornando cada vez más irreconciliable. Tenemos una disyuntiva: elegir entre la diversidad de encastes, la riqueza genética, el tercio de varas, la bravura y los valores fundamentales, o el toreo posmoderno de las figuras. Ambas cosas no pueden subsistir en una sola órbita, y no porque sea imposible. El siguiente video demuestra que desde Andrés Vázquez hasta Manuel Caballero, pasando por una increíble faena de El Niño de la Capea, es posible torear quieto, asentado, con arte y ligazón a un victorino durante una encerrona en Madrid, con todo lo que esto significa. Si las figuras de hoy no lo logran, no es porque no se pueda: ES POR QUE ELLAS NO PUEDEN:


Historia de una gesta - Encerronas con Victorinos por blogdetauromaquia

Cuando se supone que este hecho activaría a getas ignorantes como Paco Mora o José Llorente, siempre dispuestas a clamar que el toreo ya no necesita del toro auténticamente bravo, uno se sorprende viendo que los toreristas no están clamando algo como "Ea! Se demostró que el toreo bonito no es posible con un toro desactualizado como este! Se legitima Domecq y el monoencaste, necesitamos estos toros para divertirnos en la plaza, pues a eso vamos, je! je!". ¿Por qué no lo claman a los 4 vientos como una verdad autoevidente, patente en el fracaso de la encerrona? Uno solo puede responder que incluso ellos mismos han captado la gran ausencia de técnica de todas las figuras del toreo, sometidas cada vez más a la comodidad del toro-perro, y con ello al olvido de lo que debe ser la fiesta: una guerra hecha danza, no un simulacro hecho danza. Ellos han visto que el toro que sale no es la tonta del bote, pues este toro duro plantea dificultades que suscitan interés, que hace que haya una especie de vilo en la plaza, similar a cuando el toro romanea, dejando suspenso en el aire al caballo: así es el aficionado. Han visto que esas dificultades sobrepasan a un supuesto maestro, y aquí no solo hay que meter a Talavante, pues no hay que olvidar a Manzanares, a Perera con Peladito, incluso a El Juli en Lima la última vez, cuando la plaza rechazó el becerro que salió por los chiqueros, y le salió entonces un sobrero de Colombia, un jabonero de casi 600 kilos que lo puso en aprietos, cosa que ha pasado desapercibida. Ellos notan pues que la supuesta maestría se ve incapacitada cuando sale un toro distinto, que nosotros reconocemos como más bravo que los demás, y que incluso uno tiene que entender que no es un Coimbra en Ceret, es un Victorino Martín engordado, lavado de cara, dulce y sin remate, ni bravura, y aún así la figura sale perdiendo.

Todas aquellas cosas como el medio pecho, el cite semidefrente, la cargazón o el planchado de la muleta, no son juegos de discurso de aquellos que no comulgamos con el toreo de las figuras: es algo inherente al espíritu de la lidia, y la única manera posible de lidiar y torear un toro de lidia.  Con este componente de verdad no pretendemos que todos los toreros sean cortados con el mismo molde, esto sería asegurar que una faena de Antoñete puede ser idéntica a una de El Viti, o una de Morante (de las que ocurren cada vez que hay cambio de gobierno en Cuba) es igual a una de César Rincón. Lo de Talavante, se suponía que iba a romper la barrera entre esa falsa dicotomía de torismo y torerismo, al igual que la corrida de Miuras en Sevilla, con el niño terrible de Velilla a bordo, y que se vio frustrada por una cornada. Se suponía que ver derrotada la encerrona, llenaría de argumentos a los toreristas, y no fue así. En ese sentido, esta encerrona es de agradecer: dejó las cosa en evidencia de una manera poderosa.

Su irrealidad es la irrealidad del toreo de las figuras.

Para finalizar, mucho se ha hablado de la faena al tercero. A mí me gustó, pese a la infantil lidia que se le dio a un toro de interés (pero no de puerta grande); me gustó pues,  porque es la máxima dimensión REAL que uno puede suponer de la tauromaquia de Talavante, y de muchas figuras. Uno recuerda la serie de naturales sin tocar al toro de Urdiales en Bilbao 2012, o de Robleño en Arles 2013, precisamente ante victorinos más encastados: tuvieron sitio, colocación, temple, y la maestría de llevar toreado un toro sin tocarlo, parados en un ladrillo, o sea asentados. En mis matemáticas amargadas, ese 1 vale más que el 1 de esta faena:


Alejandro Talavante con Matacanas de Victorino... por blogdetauromaquia

A Talavante hay que agradecerle el gesto que no concluyó; también, que haya hecho el spot: querrámos o no, nos pudo dar visibilidad social. Hay que aplaudir el hecho de marginarse de la línea Domecq con una apuesta ambiciosa: al fin y al cabo es lo que pedimos de las figuras. Hay que agradecer, de manera fundamental, que haya servido como una evidencia para lo que he dicho. Yo defiendo la encerrona, a Talavante, y espero que él no se quede con la espina, con su orgullo propio herido. Ya dio un paso, a diferencia del resto, y eso hay que estimarlo. Es como cuando un hijo aprende a caminar: se caerá muchas veces, pero en el fondo eso no es caerse.