viernes, 26 de julio de 2013

Sobre el falso temple al torear


Hemos analizado con anterioridad la naturaleza del temple como atributo estético del toreo. Entonces concluíamos que el temple es una operación, no un resultado, y que la introducción del cánon belmontiano de dicho atributo, añadió al toreo su dimensión artística actual. Templar, decíamos todos, es reducir la velocidad de la embestida mediante las telas, en un acto soberbio de mando y de metafísica. Sin embargo, también denunciábamos el falso temple: aquel que es producto de los toros lentos, en cuyo caso no hay proceso [de templar] sino lógica: al toro lento, el muletazo lento, pero en ningún caso el templado.

A la anterior condena cabría añadir dos conceptos autorizados: uno,el de un torero de época como Paco Camino; diremos que su autoridad se sustenta en haber disputado su época con El Viti, Puerta, Cordobés, sí, y con el toro. Puede presumir una puerta grande en Madrid con toros de Pablo Romero, y una Beneficencia solo. Eso lo puede presumir, y entonces le creeremos. El otro concepto, es el de José Bergamín, el fantástico escritor que despliega un virulento ataque contra Belmonte en su libro El arte de Birlibirloque. El ataque no es otro que el de la condena al temple y la lentitud: torear despacio es lánguido, afeminado, dice Bergamín, pues el toro bravo es veloz y fiero.  Reproducimos los dos conceptos a continuación:

"Yo creo que el temple ha sido un camelo total...El temple es acomodarse a la embestida del toro, no es una cosa que puedas imponer o crear. Claro, si te echan una burra que embistiendo hace dos metros en medio minuto, tu pase puede durar medio minuto. De otra forma, no es posible. Date cuenta de que a mi siempre me gustaron los toros crudos que los toros parados. ése no es el caso de todos."
Paco Camino citado por François Zumbiehl en El discurso de la corrida.

Y  esto añade Bergamín en su El arte de Birlibirloque: "La falta de poder y bravura, de años,  de casta, resta al toro el ímpetu en el empuje: le hace tardo, medroso y suave en la embestida, lo que permite al torero pasarlo lento y eludir el peligro del cruce, simulando ventajosamente, en ralenti, una ilusión de suerte: lo que llaman temple, templar; efectivimos sin expresión ni estilo; amaneramiento afeminado, retorcido, lánguido, falso; latiguillo fácil para el torero como un calderón o un portamento, y espejuelo de tontos; porque el único que templa es el toro."

Y para darle una realidad audiovisual a estos dos conceptos expuestos:



Hay que anotar sin embargo: no se niega la existencia del temple, sino que se refuerza la condena contra el falso temple, y en consecuencia, el falso bien torear, solo posible con un toro al que Bergamín gustaba llamar "desbravado". Sus ataques contra Belmonte en el fondo son una reivindicación a Joselito El Gallo, cosa que por supuesto llama la atención al joven aficionado, que ha entendido la historia del belmontismo y el gallismo, como algo reconciliado para los siglos en una época que se recuerda dorada, y como tal, se añora sin límite.



De aquella época, se entiende que el toreo se bifurca en dos facciones estéticas, transformadas ambas por el genio de Juan y José, pero también, que ambas se contraponen fundamentalmente por que en una hay quietud y lentitud, y en la otra, toreo de piernas y rapidez. Una es la exclusión de la otra, comentario que no peca de obviedad en esta época, pero sí en aquella. Hoy, el toreo descalificado es aquel donde el torero corrige sus sitio, pajarea, y pega el muletazo rápido. Se dice entonces que el toro no deja estar, y que el torero no sabe estar, y que eso no es torear. Pero si en Joselito lo fue, ¿por qué ya no es torear?, inri, asistimos además a una época donde todas las grandes hazañas del toreo, altamente mediatizadas por los medios pagos, coinciden en la insultante maestría de una figura y la lamentable condición de un toro.

Es aquí donde nos reconciliamos con el concepto de Paco Camino: el toro lento para el toreo lento, es además el suicidio del cánon de Belmonte. Ni sus hitos con toros de Montepío, Contreras, Martínez o Miura, estuvieron 'anti protagonizados' por la escasa importancia del toro. El temple entonces fue real, y su introducción estética en la historia taurina, valiosa. A lo que asistimos entonces no es más que a la negación del cánon de Belmonte, y la negación del cánon de Joselito. ¿Pero es posible sostener una mentira teatral ante la verdad de las astas, las cornadas y la muerte? La respuesta es un desmedido y enfático sí. Sí puede haber trampa en un sistema cuyos intereses están controlados desde la ganadería hasta el palco presidencial. Sí se puede vender una mentira que se hace reverberar en todos los medios y bocas, y hacerla lucir como una verdad innegable, como en un suerte de sugestión; la mentira entonces es doble: que este toro era de indulto, y que este torero lo templó.